jueves, 9 de marzo de 2017

En passant par Marseille


El hombre es en el fondo un animal salvaje, una fiera. No le conocemos sino domado, enjaulado en ese estado que se llama civilización. Por eso retrocedemos con terror ante las explosiones accidentales de su naturaleza. Que caigan, no importa cómo, los cerrojos y las cadenas del orden legal, que estalle la anarquía, y entonces se verá lo que es el hombre.

Arthur Schopenhauer






En mi última entrada hablé de fascistas, de nazis y de intelectuales. Pero lo hice desde mi tradicional perspectiva pesimista. Por ello me centré en los vínculos, en muchos casos hoy olvidados, de diversos intelectuales europeos con el totalitarismo de ultraderecha en auge durante la época de entreguerras del siglo XX. Sin embargo falta una parte de la historia. Una parte al menos parcialmente positiva. Una parte que nos remite a ese pequeño espacio de bondad que siempre ha existido, pese a todo, en el alma humana. Me refiero a la otra cara de la moneda, a los miles de intelectuales que no comulgaron con el fascismo o el nazismo, algunos de los cuales acabaron nutriendo por ejemplo la Exilliteratur. Aunque para hacer eso me voy a centrar, como hilo conductor, en la historia del pobre tipo que los salvó a casi todos y del que, por supuesto, hoy no se acuerda nadie.

Varian Mackey Fry nació en Nueva York a mediados de octubre de 1907 en una familia de clase media alta pero bastante disfuncional. Su madre alternaba las estancias en casa con los ingresos hospitalarios debidos a problemas “emocionales” y su padre estaba siempre ausente, trabajando. Por ello el joven Varian fue prácticamente criado por dos de sus tías y un abuelo.

Más allá de lo anterior su infancia y juventud transcurrieron sin sobresaltos a caballo entre diversas escuelas de Connecticut y New Jersey. Luego, más adelante, fue admitido en Harvard y durante su etapa universitaria empezó a interesarse por la literatura. También entonces conoció a la que sería su esposa Eileen. 

Finalmente se graduó en 1931 y recién casado empezó a buscar trabajo en los complicados años de la Gran Depresión. Debido a ello termino por alternar ocupaciones como periodista y escritor al servicio de diversas publicaciones no muy importantes, mientras su mujer impartía clases en una escuela para redondear los ingresos de la familia.

Es en relación con esas labores de periodista como, en mayo de 1935, Varian realizó un viaje a Alemania por cuenta de un semanario de nombre The living age. La experiencia le impresionó tanto que al final Varian acabó por pasar tres meses en Berlín. Durante ese tiempo tomó nota de primera mano acerca de lo que estaba ocurriendo en Europa, a la vez que desarrolló un profundo odio hacia el movimiento nazi, especialmente debido al trato que dispensaba a la población judía. 

De tal forma, a su regreso a los EE.UU., el interés por la situación política en el Viejo Continente ya no le abandonó y en los años siguientes continuó publicando artículos acerca de ello, siempre advirtiendo sobre el auge del totalitarismo en diversos países, aunque a la mayor parte de sus escasos lectores no era un tema que les importase demasiado todavía en aquel momento.

Así hasta que en 1939 estalló la guerra en Europa y a mediados de 1940 Francia resultó derrotada militarmente y buena parte de su territorio fue ocupado por las tropas alemanas. Debido a lo anterior, el 22 de junio, en Rethondes, se firmó un ominoso armisticio y poco después en el Sur del país se instaló un gobierno ultraconservador, con el tiempo directamente colaboracionista con los alemanes, que nosotros conocemos bajo la denominación de "régimen de Vichy".


Lo que nos interesa es que uno de los artículos de aquel tratado de alto el fuego entre la Alemania nazi y la decadente Francia del momento, el número diecinueve en concreto, obligaba al Gobierno francés a “entregar, cuando se le solicite, a cualquier nacional designado por el Gobierno del Tercer Reich”. Punto especialmente pensado para que el régimen nazi pudiese apresar a cualquier opositor o disidente que pretendiese refugiarse en aquella zona teóricamente “independiente”.

Pues bien. Tres días después de la firma en Rethondes de ese acuerdo, en una habitación del hotel Commodore de Nueva York, se reunieron diversos miembros de varias asociaciones políticas y culturales estadounidenses comprometidas ya por aquellas fechas en una cierta lucha contra la Alemania nazi. El objetivo era crear una especie de comité para ayudar a los refugiados que comenzaban a afluir hacia el Sur de Francia huyendo del avance alemán. Y una de las decisiones fue enviar a un hombre sobre el terreno. Alguien que pudiera desenvolverse en medio de aquel caos, que empezase a enviar información y a ser posible facilitase ayuda sobre todo a intelectuales destacados por su oposición al fascismo ubicados en Francia, los cuales tras la firma del acuerdo de Rethondes quedaban en riesgo de ser rápidamente reprimidos o arrestados. El elegido tenía que ser alguien que hablase alemán y también, por supuesto, francés, preferiblemente joven y comprometido con el proyecto y el ideario antifascista. Alguien como un periodista de treinta y dos años que convenció a todos con sus buenas maneras, su vehemencia y su disponibilidad. Ese hombre era, como habréis adivinado, Varian Fry. Un hombre culto pero corriente que se aprestaba a salir del anonimato para vivir el momento cumbre de su vida.

Y en pocas palabras es así como, tras despedirse de su mujer, a la que el proyecto con el que se había comprometido su esposo no le hacía ninguna gracia, Varian se embarcó con dirección a Marsella, ciudad a la que llegó el 13 de agosto de ese año 1940. Llevaba encima 3.000 dólares y una lista con unos doscientos nombres de objetivos prioritarios a los que debía localizar y prestar toda la ayuda posible para abandonar el país si así lo deseaban.

Nada más arribar a la ciudad Varian se registró en el Hotel Splendide y tras dejar en la habitación sus escasas pertenencias hizo una primera visita a la embajada estadounidense donde pronto se dio cuenta de que no iba a encontrar demasiada cooperación.  

En aquel momento el Departamento de Estado de su país aún era mayoritariamente proaislacionista y la línea de actuación oficial era no inmiscuirse en el conflicto europeo, reconocer al gobierno de Vichy, no indisponerse frontalmente con él ni tampoco con el gobierno alemán, y por tanto lavarse las manos y no facilitar visados a personas que pudieran generar luego protestas diplomáticas desde esos países. Por otro lado los burócratas del consulado eran en general bastante conservadores y hostiles a conceder demasiados visados de golpe para no “saturar de inmigrantes” su país. Además muchos entre ellos aún no comprendían o no querían comprender la excepcionalidad de los acontecimientos y el cariz ideológico que estaban tomando. En consecuencia el único funcionario estadounidense destinado en la zona que se mostró dispuesto a ayudar a Varian fue un tal Hiram Bingham IV, a la sazón hijo del descubridor de las ruinas de Machu Picchu.

Pero eso no era suficiente. En realidad el propio procedimiento para salir de Francia era en aquel momento una pesadilla burocrática. A fin de cuentas resultaba imprescindible conseguir un visado de salida de Francia como formalidad previa a lograr un visado para entrar en los EE.UU. Y la posibilidad de conseguir esos visados de salida franceses era muy baja. Pese a que habían pasado varios meses desde el fin de las operaciones militares en el país reinaba aún el caos por aquel entonces, lo que entre otras cosas afectaba a la burocracia haciéndola aún más lenta que de costumbre. Además los visados expiraban muy rápidamente y para cuando se obtenía un visado estadounidense autorizando la futura entrada en los EE.UU. era habitual que el visado de salida de territorio francés ya hubiera caducado, con lo que había que volver a empezar el kafkiano proceso.

Por último los pocos funcionarios que se encargaban de ese tipo de operaciones en el lado francés estaban atenazados por la cautela y el miedo de indisponerse con los alemanes si autorizaban la salida de alguien a quien buscasen los servicios de seguridad nazis, lo que alargaba y complicaba el proceso haciendo en última instancia virtualmente imposible obtener en el debido tiempo un visado de salida francés, uno de llegada estadounidense y asimismo un pasaje en alguno de los escasos barcos que abandonaban el puerto cada cierto tiempo. Si además el trayecto implicaba huir por tren a través de España resultaba necesario conseguir también una visa de tránsito por aquel país algo de lo que a veces los viajeros se enteraban una vez cruzada la frontera, donde eran devueltos a Francia para volver a comenzar aquella pesadilla. De hecho eso es lo que motivó el suicidio en Portbou, en Cataluña, del filósofo judío Walter Benjamin a finales de septiembre.

Por tal razón, aunque a los dos días de llegar a su hotel Varian entró en contacto con el matrimonio formado por el novelista checo Franz Werfel y la compositora Alma Mahler, no fue sin embargo hasta finales de octubre que consiguió hacerles cruzar la frontera con España, junto a Heinrich Mann -hermano del famoso escritor-, su mujer, y su sobrino, Golo Mann, llamado a convertirse con el tiempo en un importante historiador. 

Tras comprobar que mediante los procedimientos oficiales todo avanzaba demasiado lento Varian decidió conseguir documentación falsa a las personas antes mencionadas y para ello recurrió a un viejo funcionario de origen checo llamado Vladimir Vochoc el cual se prestó a proporcionarle algunos visados e informarle de en qué lugares de la ciudad se podían comprar en aquel momento pasaportes y otros documentos a través del mercado negro.

Más adelante, en vista del éxito de la operación y gracias a los nuevos conocimientos y contactos adquiridos, Fry decidió aumentar la escala de sus actividades. De cara a ello alquiló un pequeño chalet en un barrio residencial de la ciudad y allí instaló las oficinas de un Centre Americain de Secours en torno al cual empezó a reunir diversas personas dispuestas a ayudarle. 

Dicho esto, toda empresa heroica que se precie al final suele necesitar una mujer, y si son dos mejor. Y dinero claro. Mucho dinero.

  Miriam Davenport era una joven pintora y escultora de veinticinco años nacida en Boston a la que sorprendió en París el estallido de la guerra por lo cual, después de diversas peripecias, acabó en Marsella huyendo hacia el Sur en busca de un barco en el que obtener un pasaje para irse del país. Allí conoció a Varian Fry el cual la invitó a unirse a su incipiente organización. Al final Miriam solo se quedó poco más de un mes en la ciudad ayudando a Fry, pero durante esas escasas semanas aportó algo que acabó siendo muy importante. En concreto presentó a Fry a otra estadounidense que también se encontraba en Marsella en aquel momento errando en busca de una salida del país. Esa mujer, nacida en Chicago, se llamaba Mary Jayne Gold y tenía dinero, mucho dinero, como correspondía a una rica heredera soltera que llevaba varios años viajando por los hoteles de lujo europeos en busca de emociones un poco menos fuertes que las que el estallido del conflicto mundial prometía. Así que tras conocer a Varian y hablar con él sobre sus intenciones Mary decidió que podía resultar divertido ayudarle proporcionando financiación a la empresa de rescate de intelectuales de la que hablaba su compatriota. Sonaba chic.

Además Mary no se limitó a aportar dinero sino también contactos ya que al poco de llegar a Marsella entró en relaciones con un guapo gángster local llamado Raymond Couraud quien se convirtió en su amante. En adelante gracias a sus conexiones en el puerto local la red de Varian estuvo en condiciones de infiltrar como polizontes en barcos que salían del puerto a algunos fugitivos.

El siguiente contacto clave establecido por Varian fue con un dibujante de carteles satíricos, un austríaco de orígenes judíos llamado Bill Freier, el cual se hacía denominar como Wilhelm Spira ya que era buscado por los nazis. Fry le pidió ayuda y lo puso a trabajar con Frederic Drach, un antiguo miembro de los servicios de inteligencia franceses que en medio de la derrota había empezado a ganarse la vida como falsificador.

Sumado todo ello Fry estaba en disposición de falsificar o comprar documentos a gran escala para los múltiples refugiados que comenzaban a llamar a las puertas de su oficina de cara a facilitar su embarque más o menos oficial y a la luz del día en transportes hacia Lisboa o América. Eso es lo que hizo con la ex mujer de un primo del difunto Walter Benjamin, una filósofa de nombre Hannah Arendt, a la que sacó de Francia junto a su segundo marido y su madre. Así es también como Varian hizo salir del país a Konrad Heiden periodista e historiador autor de la primera biografía importante y documentada de Adolf Hitler; o al escritor satírico Walter Mehring, perseguido por los nazis por órdenes de Goebbels, quien temía su afilada pluma debido a las tendencias anarquistas de Mehring y la popularidad de la que había gozado en los cabarets de Berlín durante los años de la República de Weimar.

Pero no resultaba suficiente. Como parecía imponerse la necesidad de sacar cada vez mayores cantidades de gente de forma clandestina del país lo mejor para ello era tratar con verdaderos expertos. Es decir con traficantes. Gracias a un tal Albert Hirschmann, alias “Beamish,” alias "Albert Hertman", un hombre que había combatido en la Guerra Civil española y que conocía bien el bajo mundo de Marsella, Varian entró en contacto con un “hombre de negocios” corso denominado Malandri que les puso a su vez en relación con un pez más grande aún, denominado “Dimitru”. A cambio de dinero en adelante esta gente se ocuparía de proveer de distintas divisas a Fry (por ejemplo pesetas españolas, francos o escudos portugueses) y de sacar ilegalmente de Francia a algunos de los refugiados a través de la frontera española. 

En cuanto a la gente demasiado vieja para hacer el trayecto de los Pirineos andando y que asimismo era demasiado conocida como para sacarla con documentos falsificados en barcos que abandonasen el puerto a plena luz del día, se hizo necesario diseñar una ruta marítima clandestina. De cara a ello Varian contactó con dos italianos llamados Emelio Lussu y Randolfo Pacciardi.

  Así, embarcando en Marsella con destino a puertos menos controlados en el Norte de África, para luego reembarcar desde allí en otros transportes con dirección hacia el océano Atlántico o incluso el Pacífico, es como huyeron André, Jacqueline y Aube Bretón, André Masson y su familia o Wilhelm Herzog.

Pero llegado un punto las operaciones del Centre Americain de Secours empezaban a ser demasiado grandes y evidentes. Por ejemplo desde allí se arregló también la salida del país del escritor Víctor Serge, o los pintores Wilfredo Lam y Max Ernst, así como de la futura esposa de este último, una tal Peggy Guggenheim. Además poco a poco la confusión de los primeros meses tras la derrota francesa se estaba disipando, debido a lo cual las acciones de Fry y los numerosos y extraños huéspedes que rondaban por su casa y de vez en cuando desaparecían de la ciudad sin dejar rastro comenzaron a llamar la atención, inicialmente sobre todo de la propia policía francesa en Marsella encabezada por el engolado intendente Rodellec du Porzic. De tal forma en el mes de diciembre de 1940 Fry fue detenido fugazmente, aunque sin evidencias claras en su contra fue liberado unos días más tarde. No obstante en enero del 41 la validez de su pasaporte expiró y en la embajada de su país se negaron a renovárselo ya que en el Departamento de Estado en aquellos momentos consideraban que su proceder ponía en peligro la diplomacia exterior estadounidense en la zona. Esa que iba a saltar por los aires menos de un año después.

Pese a todo, aún sin la protección de su pasaporte y cada vez más vigilado ya no solo por la policía francesa sino también por agentes alemanes, Fry continuó con sus actividades hasta septiembre del año 41, momento en que regresó a los EE.UU. Para entonces una misión que se había proyectado como un trabajo de quizás un par de meses había durado algo más de un año. La ayuda o al menos colaboración abierta que esperaba de la embajada estadounidense nunca se había producido y Fry había tenido que arreglárselas por su cuenta para conseguir fondos al margen de los 3.000 dólares con los que había llegado a Europa así como también para obtener documentación con la que hacer salir del país a muchos de sus objetivos. Respecto a estos últimos la lista inicial con doscientos nombres pronto se había convertido apenas en un esbozo. Al término de su labor Fry había ayudado a huir de Europa a más de 2.000 artistas e intelectuales, buena parte de ellos de primer orden, todos los cuales se vieron obligados a abandonar el viejo continente ya fuera por su origen judío o por sus actividades y opiniones contrarias al nazismo.

  Entre aquella gente, al margen de los nombres que ya he citado a lo largo de esta entrada, también figuraban Marc Chagall, Marcel Duchamp, Max Ophüls, Claude Lévi-Strauss, Arthur Koestler, Jean Malaquais, Hertha Pauli, Anna Seghers, Siegfried Kracauer, Otto Fritz Meyerhof y muchos otros.

Una lista integrada por lo más granado de la cultura del siglo XX así como algunas excentricidades, caso de Camilla Koffler la mejor fotógrafa de perros y gatitos de su época.

Imaginad cómo cambiaría toda la historia de la cultura durante la segunda mitad del s. XX si, en una estimación muy conservadora, un diez o un veinte por ciento de todos esos escritores, poetas o pintores hubieran caído en manos de los nazis y muerto en campos de concentración.

Pero claro. La vida es como es. Quizás algunos de vosotros ya lo habéis experimentado. A otros, los más jóvenes, ya os llegará el turno. La vida es una cabrona. Una cabrona desagradecida. Y estáis leyendo este blog para que os lo recuerde. Lo sabéis.  

Cuando Varian Fry regresó a los EE.UU. lo primero que encontró no fue un gran recibimiento, en lugar de eso pronto se enteró de que había perdido su trabajo por haberse ausentado más de lo previsto. Lo siguiente que perdió fue a su mujer, Eileen. Ella también estaba molesta porque se hubiera ausentado más de lo prometido, que se hubiera arriesgado más de la cuenta sin tenerla a ella en consideración, que encima hubiera perdido su trabajo, que fuera un soñador que solo pensaba en política y en Europa y en cosas que no les estaban aportando nada, que pasaran los años y siguieran sin hijos... Así que pidió el divorcio.

Además pronto los EE.UU. se vieron metidos de llenos en el conflicto mundial tras el ataque sorpresa japonés en Pearl Harbor a finales del 41.

Respecto a esto último en los meses previos diversas agencias del Gobierno se dieron cuenta de algo preocupante que en parte explica el contexto de absoluta indefensión e incomprensión en que debió moverse en su día Varian Fry durante su aventura marsellesa. Veamos, con la tormenta política arreciando en Europa los EE.UU. se dieron cuenta de que carecían prácticamente de redes de inteligencia asentadas en el Viejo Continente. Tal es así que cuando entraron en la Guerra Mundial faltaba todavía casi medio año para que se crease la Office of Strategic Services (OSS), en cierta forma precursora de la CIA y de otras agencias con propósitos similares. Por supuesto el Gobierno estadounidense contaba por entonces con diversas organizaciones encargadas de las labores de inteligencia y recolección de información, pero resultaban muy primitivas y estaban muy enfocadas todavía hacia Asia y América Central.

Por tanto durante los primeros meses de la II Guerra Mundial en Europa, cuando aún los EE.UU. no estaban oficialmente en guerra con Alemania, las entidades estadounidenses más eficaces en el desarrollo de labores clandestinas en el teatro europeo fueron diversas organizaciones de ayuda a refugiados dirigidas por personal civil. Básicamente el resultado de iniciativas individuales con diversos fines humanitarios y en muchos casos carentes de cualquier coordinación entre sí o propósito militar último. Por ejemplo, además de las acciones de Fry en Marsella habría que citar el autodenominado Unitarian Service Committee un “tinglado” con base en Lisboa organizado por un tal Robert Dexter con la intención de facilitar la huida de Europa a refugiados judíos sobre todo. Y también hay que mencionar a diversas organizaciones de cuáqueros y menonitas que, operando desde Suiza, se habían dedicado a salvar a niños judíos haciéndoles cruzar la frontera de ese país con el Sur de Francia.

He de decir que me ha sorprendido conocer estos datos cuando investigaba para este artículo. No tengo una gran opinión de la religión en general, pero he de reconocer la diferencia de comportamiento entre algunos iluminados religiosos protestantes que por lo menos se creían su ideología y se dedicaron a actuar en consecuencia en base a sus creencias caritativas o su fe en los derechos civiles, frente al proceder de la Iglesia católica durante aquellos momentos históricos, completamente paralizada, desconcertada por los acontecimientos y preocupada fundamentalmente por no perder sus privilegios políticos y económicos recogidos en los concordatos negociados con el régimen fascista italiano o con el propio gobierno nazi.

Sin embargo parece claro que durante los meses previos a la entrada en guerra de los EE.UU el naciente entramado de inteligencia en los EE.UU. no veía con buenos ojos la labor desarrollada por todos aquellos “amateurs”. Desde luego Varian Fry o Robert Dexter sin entrenamiento en operaciones encubiertas, prácticamente sin recursos económicos ni apoyo institucional de ningún tipo, habían demostrado que se podían crear en suelo europeo amplias redes de contactos. Eso por una parte resultaba embarazoso para los “profesionales”. Por otro lado aquellos “amateurs” se habían dedicado fundamentalmente a salvar judíos y artistas. Incluso judíos artistas. Y los “profesionales” tenían claro que eso no servía para nada. Les parecía claro que había que sacar del ámbito de las operaciones especiales a toda aquella gente, aquellos “amateurs”, antes de que se hicieran daño, para luego sistematizar las operaciones y reenfocar todo el esfuerzo de infiltración e inteligencia a lo que de verdad importaba, es decir recabar información puramente militar y en todo caso localizar científicos implicados en la cada vez más sorprendente maquinaria militar nazi. Todo lo demás era malgastar esfuerzos. 

Por eso, tal vez, gente como Varian Fry vio como el Departamento de Estado les segaba la hierba bajo los pies y les negaba cualquier ayuda o acceso a recursos, hasta que finalmente a su inevitable regreso a los EE.UU. eran mantenidos en cuarentena en un segundo plano lejos de la opinión pública.

Con todo Varian se rehízo de los primeros reveses tras su vuelta a casa. Pronto volvió a encontrar un trabajo como periodista y editor y casi al final del conflicto llegó a desempeñar algunos puestos de segundo orden como asesor en comités para analizar el problema de las minorías y los refugiados en Europa. A fin de cuentas su experiencia sobre el terreno podía resultar valiosa. Finalmente tras terminar la contienda Varian publicó un libro narrando sus aventuras titulado Surrender on Demand. Pero fue un fracaso de ventas. En aquel momento el público esperaba otro tipo de historias, bien emocionantes relatos de comandos en acción o, casi mejor, literatura de evasión tras años de sufrimiento. Además muchos de los nombres de intelectuales que citaba Varian por entonces no eran aún tan conocidos como llegaron a ser con el tiempo. Asimismo, todo sea dicho, Varian era un excelente organizador, una persona cumplidora, tenaz, organizada, un buen cronista político, pero no era un gran escritor como muchos con los que había tratado. Por todo ello y porque la fortuna es esquiva, su libro no interesó a casi nadie por entonces.

Poco después a su exmujer, Eileen, de la que seguía enamorado, le diagnosticaron un cáncer que resultó incurable. Tras su posterior fallecimiento Fry vivió la típica crisis de los cuarenta, agravada por la amargura de saberse postergado a trabajos rutinarios como editor y escritor de poca monta para revistas. Así que intentó solucionarla casándose a los 42 años con una jovencita de 26, Annette, con la que acabó teniendo tres hijos en la década de los años 50.

El problema es que durante aquella década Varian, en vez de recuperarse, se fue hundiendo poco a poco presa de la desilusión. En los EE.UU. fueron los años del macartismo, el cual casaba mal con las convicciones de Fry sobre la importancia de garantizar derechos civiles y libertades básicas. Él sabía perfectamente lo que puede pasar cuando una nación pierde la cabeza y se echa en manos de iluminados populistas.

En otro orden de cosas, a medida que aumentaba el conocimiento popular de lo que había sucedido en Europa durante la II Guerra Mundial y se asentaba en las conciencias la magnitud del exterminio llevado a cabo por los nazis, iniciativas como la llevada a cabo por Fry empezaron a resultar un tanto incómodas. Recapitulemos. Varian Fry había operado desde el principio con el objetivo de salvar básicamente a artistas e intelectuales. Sabedor de que sus recursos eran limitados en ningún momento se había planteado ayudar a huir a gente “corriente”, a personas que eran perseguidas solo por ser judías por ejemplo. Varian desde el principio tuvo claro que no todas las vidas son igual de valiosas y que en caso de escoger era prioritario poner a salvo de los nazis al mundo de la cultura y el pensamiento. Según su punto de vista salvar unos cientos de estas personas podía marcar las diferencias en un hipotético futuro.

Lo anterior puede ser muy discutible, o no serlo, pero desde luego se trataba de una cuestión problemática que para colmo le empezaron a echar en cara a Fry de vez en cuando. 

Por otro lado la ingratitud de la gente a la que había ayudado antaño lo hundió definitivamente.

Me explico. Llegados aquí uno puede pensar, ¿cómo no habíamos escuchado hablar de este hombre antes?. Un tipo que podía vanagloriarse de haber conocido de forma personal como a una cuarta parte de los mayores intelectuales del mundo occidental de su época. De hecho no solo eso, es que todos ellos le debían un favor. ¿Cómo es posible que acabase de editorzuelo de revistas y olvidado por todos?, ¿por qué nadie habló de él en sus libros?, ¿por qué no le echaron una mano?, ¿por qué no contestaban a sus cartas?, ¿por qué la casa de Varian en los EE.UU. no se convirtió en un lugar de tránsito y reunión habitual para muchos de ellos?.

Muy simple. Porque los grandes intelectuales también son seres humanos. Varian Fry era el tipo que los había ayudado en su hora de máxima necesidad. Y eso era un problema. Un problema muy grande.

Fry era una de las pocas personas en el mundo que podía jactarse de que los había conocido en los peores momentos de su vida, esos de los que preferían no acordarse. Varian Fry era el tipo que había visto a muchos de los más famosos y vanidosos músicos, pintores o escritores de los años 30 llegar a Marsella agotados, algunos sin dinero, mal vestidos, sin comer o sin lavarse y afeitarse desde hacía días, desesperados, comportándose de forma patética, insultando, empujándose y mintiendo con tal de colarse en la fila para conseguir un pasaporte falso. Varian Fry era el tipo que los había escuchado suplicar, que los había contemplado medio borrachos y desesperados, muertos de miedo esperando un barco en el que largarse sin mirar atrás aunque eso significase dejar en la estacada a muchos de sus amigos y familiares menos famosos. Por eso Varian Fry era la última persona a la que muchos de ellos deseaban volver a ver alguna vez, porque les recordaba el último momento de su vida, en algunos casos el único, en el que se habían sentido individuos vulgares y prescindibles, anónimos, insignificantes, vulnerables. Luego tras la guerra todo había vuelto a la “normalidad”. Las entrevistas, los homenajes y los viajes para dar conferencias se sucedían, la gente volvía a escucharlos, a admirarlos. Solo había un escritorzuelo, no muy dotado todo sea dicho, que quizás podía tener una opinión más mundana de alguno de ellos. Que podía pensar que no eran tan especiales, ni tan incorruptibles, ni tan maravillosos. Que podía plantearse el mirarlos de igual a igual o incluso con cierto aire de superioridad, como si le debieran algo. Y francamente, podía ser así, pero ninguno quería recordar eso ni rememorar los días en que lo habían conocido por casualidad tras llamar desesperados a la puerta de su oficina después de escuchar en Marsella o alguna ciudad próxima comentar a otros refugiados en la misma situación que quizás era posible conseguir documentos allí.  

Así que pasaron los años, Fry se fue hundiendo en la depresión, la amargura y el resentemiento y en 1966 Annette, cansada de todo eso, también lo dejó y se llevó a sus hijos preocupada por los primeros síntomas de locura que su esposo comenzaba a manifestar.

Aunque no desesperéis, a veces en el último momento las cosas se arreglan. Al año siguiente, por sorpresa, el gobierno francés decidió conceder a Varian Fry la Cruz de Caballero de la Legión de Honor. Era el primer reconocimiento que Varian recibía por su labor durante la guerra.

Su alegría fue inmensa. Habían sido necesarios muchos años, pero por fin alguien se acordaba de él. Quizás era el momento de retomar sus ambiciones como escritor, quizás el contexto podía ser propicio por fin para difundir su historia, alcanzar un poco de fama y de dinero, tal vez un buen puesto en una editorial importante, volver a la palestra, arreglar las cosas con Annette, recuperar a sus chicos. Quizás no era tarde para solucionarlo todo.

Muchos grandes escritores pasan a la posteridad por una única gran obra, en ocasiones escrita al final de su vidas gracias a la madurez y la experiencia atesoradas. Por tanto seguro que Fry pensó que aún no era tarde para alcanzar un poco de la fama y la gloria que en el fondo siempre había anhelado en secreto tras conocer de primera mano cómo esas dos cosas intangibles tienen el poder de transformar la vida de las personas para siempre a la vez que otorgan un significado trascendente a la existencia. 

De tal forma, al poco de recibir la noticia de la condecoración concedida por el Estado francés, Fry se puso a reescribir una vez más su aventura en Francia, allá en Marsella, hacía ya casi treinta años. En esta ocasión pensaba cambiar el tono del texto para no repetir los errores del libro que había publicado en el 45. Pensaba buscar un estilo más ágil y alegre, más didáctico, enfocado al público juvenil, a estudiantes, quizás contando anécdotas y de paso incluyendo pequeñas biografías de los personajes que fueran apareciendo. Podía aprovechar para hacer una especie de crónica cultural de la Europa de las últimas décadas, explicando a los lectores quienes eran o habían sido muchos de aquellos autores, por qué razón eran famosos, y ya de paso narrando cómo él, Varian Fry, una vez los había salvado a todos.

Así, solo en su casa de un pueblo de Connecticut, lo sorprendió la muerte a los 59 años. La policía lo encontró tirado en medio de un montón de papeles y viejas fotos. Al parecer había muerto de un ataque al corazón. El oficial de policía que investigó la escena, tras leer algunas de las páginas escritas de lo que parecía una especie de novela, consignó en el primer reporte de la escena que probablemente el fallecido se trataba de un novelista de ficción muerto repentinamente mientras escribía una historia donde el protagonista conocía a mucha gente famosa y la salvaba de los nazis.

Luego ya nadie más se acordó del asunto hasta que pasados muchos años, tras el éxito de La Lista de Schindler y el fugaz interés que dicha película despertó por la temática de los salvadores olvidados de personas frente a los nazis, salieron a la luz diversos estudios sobre el tema que recuperaron, entre otras, la memoria de Varian Fry. Debido a lo anterior en 1996 el gobierno de Israel incluyó a Varian Fry en su prestigiosa lista de Righteous Among the Nations.

Sin duda Fry fue un personaje desdichado que alcanzó el cenit de forma muy fugaz y tal vez demasiado temprana. Luego el resto de su vida lo pasó consumido por la idea, real o imaginaria, de que el mundo le negaba un reconocimiento del que se creía merecedor. Pero sin duda fue otro problema el aspecto que me parece más interesante de su tragedia personal. Con treinta y dos años se vio catapultado por un tiempo fuera de su existencia anodina, anónima y vulgar, para experimentar hechos extraordinarios en medio de un contexto igualmente irrepetible y extraordinario. A lo largo de un año aquel individuo hasta el momento insignificante pudo sentir lo que era estar en el centro de los acontecimientos, vivir increíbles aventuras y conocer a cientos de personas interesantes. Durante un corto período de tiempo cada día representó algo nuevo y distinto, cada momento fue significativo, cada acción pareció relevante, no solo para él sino para el conjunto de la sociedad. Por unos meses sus decisiones importaban no a una escala puramente individual sino que tuvieron consecuencias en otro plano mucho más elevado. En cierta forma incluso a nivel mundial. Por un año un individuo cultivado, con principios, opiniones y ambiciones, vivió en primera persona lo que es llegar a ser realmente un actor principal en el teatro de la historia.

Pero eso se terminó y todo regresó a la “normalidad” en la que vivimos sojuzgados el resto de los mortales durante nuestra vida. Todo volvió a ser gris, ordinario e irrelevante.

En el fondo su vida había terminado a los treinta y tres años y él lo sabía. Nunca volvería a ser tan importante, ni quizás tan feliz como seguro había sido durante unos meses en Marsella. Los años que le quedaran de trayectoria vital estaban condenados a ser un lento declinar solo interrumpido por algunos momentos de fugaz recuperación antes de reanudar la caída. 

Y no puedo por menos que sentir simpatía por el pobre Fry mientras me pregunto qué será peor. Si asumir la insoportable levedad del ser, la horripilante irrelevancia de existir en un mundo con miles de millones de individuos atrapados en el mismo juego, uno en el que solo unos pocos jugadores poseen acceso a los niveles superiores. O bien saber que lo mejor de tu vida ya ha terminado y nunca regresará. Que nunca volveremos a ser tan jóvenes y guapos. Ni tan libres y felices como una vez fuimos. Que ya nunca podremos hacer realidad nuestros delirantes sueños infantiles. Que ya está, que el cenit ya pasó, que la vida, como los aviones cuando avanzan por la pista, tiene un punto a partir del cual ya no se puede abortar el despegue, ni volver atrás, ni arreglar lo que no hiciste, o lo que hiciste y no debiste, o lo que no ocurrió aunque debía, o no debía pero lo deseabas. Que ya todas las cartas están sobre la mesa, todas las fichas repartidas, lo que ves es lo que hay y solo te queda aferrarte al recuerdo del mejor momento de tu existencia, ese instante fugaz que sabes que nunca volverá, que no podrás repetir ni volver a experimentar hagas lo que hagas porque, a pesar de que en su día no te diste cuenta, aquello era lo máximo a lo que podías aspirar, tal vez incluso más de lo que te correspondía y, en consecuencia, tras haberlo saboreado fugazmente, estás condenado a echarlo de menos los años que te resten, sin esperanza de jamás volver a sentir algo remotamente parecido.

Claro que quizás en este punto muchos no tenéis ni la menor idea de lo que hablo.

Mejor así.

8 comentarios:

  1. Al que le interese ver algo ligero sobre el protagonista de este texto tiene la película Varian's War (La guerra de Varian). Es una película de tv del año 2001 bastante sosa y poco "emocional". Es muy plana pero puede servir como acercamiento o dar lugar a un interés mayor por lo hecho por este hombre. A Fry lo interpreta William Hurt (tenía unos 50 años cuando hizo este papel) y aunque no se corresponda con la realidad hace un papel en su línea: convincente y sin demasiados aspavientos.
    Que nadie se espera una gran obra, ni tan siquiera un gran entretenimiento. Una peli para pasar el rato y luego "bichear" un poco por google, wikipedia y otros sitios buscando más información.

    Buscando por encima he visto que existe un documental llamado Varian Fry: The Artists' Schindler pero no lo he visto

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  2. genial como siempre. aun estoy leyendo pero he visto la palabra "arribar". por si lo quieres corregir. no publiques el comentario si no quieres. solo un pequeñisimo detalle.

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  3. Sí se de lo que hablas, si. El mes que viene me caen 50 primaveras.. Genial, como siempre.

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  4. Uno aquí que está atravesando la crisis de los cuarenta, así que también sé de lo que hablas. Con el agravante de que yo nunca salvé la vida de cientos de intelectuales. Mi pasado glorioso fue bastante más mundano.
    Y por supuesto, no conocía a más Fry que al de Futurama.

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  5. El último párrafo es... No se cómo describirlo. Impresionante. Poesía de alto nivel. Y eso que no llego más que a intuir de lo que hablas.

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  6. Hacia bastante que no te leía, pero se te ve un poco deprimido hombre, al menos consuélate con que tu cenit está siendo alargado, al menos con el blog jeje ¡ánímo!

    Respecto al párrafo anticatólico de rigor, estás juzgando acciones protestantes individuales contra acciones católicas unitarias, seguro que también hubo un puñado de valientes católicos que algo harían como buena caridad desinteresada.

    Por cierto, ¿cómo pueden ser tan desagradecidos estos famosetes culturetas?

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  7. Qué bello texto... me he emocionado muchísimo. Gracias. Sólo recordar esa famosa frase del Talmud que a mi me acompañará toda la vida: "quién salva una vida, salva el mundo entero".

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  8. Netflix acaba de sacar una serie más o menos basada en esta historia, aunque tiene mala pinta. Se llama "Transatlantic". No la recomiendo pero si alguien tiene que curiosidad que la busque.

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